Calima nos dejó. Un labrador con orejas suavecitas y largas de cócker (la dueña de sus padres pensaba que debido a la diferencia de tamaño no iba a haber problema, que ninguno se fijaría en el otro, pero... el amor es ciego...) y de carácter tranquilo y bonachón (excepto cuando un pajarito se posaba en la valla del jardín, o se colaba un ratón en su territorio, o pasaba un viandante, o...)
Estuvo acompañándonos 16 añazos. Cuando el papá de Jorge y yo nos íbamos de vacaciones pasaba días sin comer, abatida por los rincones, hasta que volvíamos y todo era fiesta otra vez.
Ella recibió a Jorge cuando nació y lo miraba desde una distancia prudente. Nunca lo mordió. Ni siquiera lo asustó con un empujón o un ladrido. Su foto me acompaña desde hace muchos años en mi mesa de trabajo, desde antes de que llegara mi pequeño y está en todos los dibujos de jorge como parte fundamental de su familia.
Siempre estaba en medio. En medio de las piernas. En medio de los almuerzos. Cuando preparaba la comida. Tenía su caseta en el jardín, pero de un tiempo a esta parte y al hacerse mayor (y más tranquila), comenzó a dormir en el salón. Muchas veces la puerta de la casa se quedaba abierta. No pasaba nada, al más mínimo ruido, sus ladridos se escuchaban hasta en el pueblo de al lado. Jorge, su papá y yo, íbamos y veníamos. Ella siempre estaba. Hasta el punto que Jorge desde pequeñito se acostumbró a que la casa de su papá era "la casa de Calima". Y todos la llamábamos así.
Desde hacía un año que estábamos yendo con más frecuencia al veterinario. Siempre nos decía que ya estaba en "tiempo de descuento", porque para un perro de su tamaño, todo año por encima de los trece, era un regalo. Se le fueron detectando tumores, pero ella siguió haciendo su vida normal. Hasta hace un par de semanas. Vimos que faltaba muy poquito para que llegara su momento y a todas luces parecía que iba a ser muy doloroso, así que decidimos llevarla al veterinario y ponerle un "dormidor" como nos dijo Jorge, "para que no sufriera".
Que decisión más dura. Era como si la estuviéramos mandando a la guillotina. Cualquier razonamiento lógico en ese momento es absolutamente inútil. Estás decidiendo que maten a tu perro, aunque sea por evitarle un mal mayor en breve. Da igual. Lo estás matando.
Estuvimos los tres juntos con ella hasta el final. Llorando de forma desconsolada. Hasta a la veterinaria le bajaban los lagrimones por las mejillas. Fue muy triste, pero al mismo tiempo muy bonito.
Jorge hizo dibujos para que la recordáramos y le sacamos fotos que "tenemos que imprimir para no olvidarnos nunca de ella". Probablemente sea un capítulo que se quedará grabado a fuego en su retina. Sigue dándole las buenas noches antes de dormir y, como no sabemos exactamente a dónde se van los perros cuando se mueren, cuando llegamos a casa de su papá la saluda o hace ademán de tener cuidado cuando abre la puerta "no sea que salga Calima".
- "Mami... hay un cielo para los perros?"
- "No lo sé Jorge, pero si lo hubiera, seguro que Calima estaría allí. A lo mejor se ha convertido en una mariposa..."
- "Mami, eso no puede ser, las únicas que se convierten en mariposas cuando se mueren son las personas. Los perros se tienen que convertir en otra cosa. Tal vez en una mariquita"
- Tal vez...
Buenas noches Calima.