domingo, 18 de noviembre de 2012

San Martín o de las etapas de la vida.

Etapa I.
Cuando era pequeña le regalamos a mi madre una figurita de San Martín. Negrito. Con su hábito y su escoba. Era muy chiquito. No más de 4 centímetros de altura. En la familia se convirtió en una especie de talismán. Cuando operaron a mi mamá, allá por los ochenta, yo le dije que lo llevara para que la protegiera y allí estuvo ella con su San Martín todos los meses que estuvo en el hospital (también la obligué a llevar a Papá Pitufo, pero bueno, esa es otra historia). Así que el santico se convirtió en un talismán familiar. Cuando ocurría algo que requiriera de fuerzas mayores, siempre se le encencía una lucecita. Así fue en operaciones, enfermedades y todos y cada uno de los exámenes de bachillerato, COU, universidad, oposición,... A mi madre no había que recordarle que le encendiera una velita al San Martín, porque ella estaba siempre pendiente, pero reconozco que, alguna vez, no quise tentar a la suerte y se lo dejé caer sutilmente... 

Etapa II.
En el instituto, por aquel entonces, al llegar noviembre ya era famosa la fuga de San Martín. Esto es, todos los estudiantes el día en cuestión, dejaban de asistir a clase y se iban al monte. Podría decir que íbamos de excursión a coger castañas, pero... para qué vamos a engañarnos... íbamos de juerga...

Etapa III.
En la universidad, San Martín se transformó en San Diego. Y San Diego, que debía tener más empaque que San Martín, facilitaba que los diligentes alumnos se fugaran de las clases durante una semana. En esa semana, los que éramos de islas menores, aprovechábamos para darnos un saltito a casa a ver a la familia y desconectar de la vida universitaria. También era de rigor la salida al monte, pero yo era de las que iban a pasar unos días en casa, así que ese fiestorro me lo perdía.

Etapa IV.
Uno sigue creciendo, y San Martín ahora sí que se va asociando con la época en que se va al monte a por castañas para asar, se abren las barricas y se prueba el vino (de ahí el conocido dicho "San Martín, tin-tin-tin, fuego a la castaña y mano al barril"). El olor del otoño relacionado sin duda, con el de las castañas asadas en las bodegas familiares.


Etapa V.

San Martins

Y resulta que ahora, entrando casi en los cuarenta, San Martín ha vuelto de lleno a mi vida de la mano de mi cachorrito. Ahora se ha convertido en San Martins. La fiesta de la luz cuando el otoño trae los días cortos. Faroles. Lindos faroles que revolotean como luciérnagas en la noche, colgando de finas cañas y acompañando al paseo de niños pequeños que cantan. Lindo a más no poder...

 Faroles1

"Yo voy con mi farolillo
y mi farolillo conmigo.
Arriba brillan las estrellas
abajo brillamos nosotros.
Y si hace frío nos vamos a casa
con nuestro pequeño farol"

11 comentarios:

Rocío dijo...

Una historia preciosa... llena de sentimiento. Es muy especial revivir con nuestros hijos todas estas emociones.
Un beso!

Pilar dijo...

Una historia preciosa Cris :)

Unknown dijo...

Me encantan las tradiciones, sobre todo las familiares. Esas nos acompañan toda la vida. Un besazo.

andreagato dijo...

Qué bonito y a la vez curioso.En Alemania teíamos de niños una canción de letra muy parecida.Lo que no sabía es que estaba relacionada con un día concreto y su santo( como no eramos ni somos de santos en mi familia)Me gustaría escuchar la melodía para comprobar si efectivamente es la misma canción.
Saludos paganos de
Andrea

violetazul dijo...

Oh!!!!!
San Martin en mi vida, ha sido igual!!!
Ha estado presente de la misma forma, primero el de mi abuela, y cuando nos fuimos a la Uni, el de mi compañero de piso!
La fiesta del Farol me ha requeteencantado!!!! Como nos hubiera gustado esta ahí a Emma y a mí..
Por cierto, tenemos un paso a paso de la construcción de esos farolillos???

Inma dijo...

Pero qué historia taaan bonita, y esos farolillos me han enamorado!

La Dama Zahorí dijo...

Se trata de una fiesta realmente bella y la cuentas de una manera tan expresiva, que ya puedo sentir en la boca el sabor de esas castañas y de ese vino, y las vocecillas de esos niños... digan lo que digan, vivir en entornos rurales es calidad de vida.
Un besote.

Anónimo dijo...

Una historia muy bonita y tierna. Parece increible como vuelven las cosas de una manera u otra a nuestras vidas. Un beso

PilarLupi dijo...

Me he emocionado,¡¡ por que es tan cierto!!, revivimos, o vivimos dos veces, ahora con la mirada de nuestros Cachorros.

Vane dijo...

Qué tradiciones tan entrañables con tu San Martin!!!

Me ha encantado todo, pero lo de los farolillos es una pasada, qué cosa más bonita!!!

besosss

Unknown dijo...

Qué preciosidad!
Los farolillos, tus vivencias... y ahora Jorge!

un beso enorme!