Los martes y los jueves vamos a clases de natación. A Jorge le gusta mucho. Aquella época de miedo al agua, ya pasó. La piscina está cubierta y climatizada. Pero es invierno. Invierno canario, pero invierno al fin y al cabo. Jorge tiene 9 años y medio y pesa 23 kilos. Ni un milímetro de capa de grasa. Cuando sale del agua está azul y tirita. Tiene un albornoz, pero ni con esas. Al salir de la piscina ni se ducha en los vestuarios. A toda velocidad le pongo la ropa en un intento de que vuelva a coger su colorcillo natural y ya tiene puesto un anorak cuando aún lleva el bañador.
Este último mes ha estado malito y claro, con tos de camionero fumador no lo voy a llevar al polo norte. Así que hemos ido dejando correr los días. La semana pasada cuando se reincorporó, además de recordar el tema del frío se dio cuenta de que el hecho de estar tanto tiempo fuera le hacía estar más cansado de lo habitual.
Negociando conseguí un compromiso de continuidad al menos una vez a la semana hasta la primavera.
"Tú no lo entiendes, mami, pero es que tengo MUCHO frío!"
Empatía. Me pongo en su lugar. Es verdad que hace frío. Lo veo salir azul pitufo. Pero si no va, cada vez le costará más. Además, a él le gusta. Pero claro, si le gusta... por qué tanta reticencia?
Le sugiero comprar un chaque de natación de esos ajustatitos para que note menos el frío. Buscamos alternativas. Se ofusca. Comienza a decir que no sabe si ir o no. Que le cuesta mucho tomar decisiones. Que siempre le pasa. Que no sabe que camino tomar.
Mmmmm... me he perdido... pero el problema no era el frío??
Tras la indecisión vienen los lagrimones. Y tras los lagrimones un comentario así como de soslayo sobre que por las tardes casi no estamos en casa juntos y cuando llegamos no nos da tiempo de jugar...
Espera... espera... pero si estamos toda la tarde juntos!!! Aunque... es cierto que cuando vamos a la piscina la tarde se complica y no nos da tiempo de nada...
Cuál es la prioridad? Hacer deporte? Estar juntos? Difícil. Porque es importante que los niños hagan algún deporte, pero mi prioridad ante todo, siempre ha sido estar la máxima cantidad de tiempo posible con él. Jugar antes que limpiar el polvo de los muebles.
Alternativas:
- Enfadarme porque estoy perdiendo dinero.
- Intentar transmitirle que ha adquirido un compromiso y que debe cumplirlo (lo cual es importante) y que si esto no ocurre será suspendido de la actividad.
- Ejecutar el ordeno y mando (que se me da muy mal)
- Aplicar las teorías de Rosa Jové, esto es, empatizar (poniendo palabras a su sentimiento), decirle como me sentiría yo y dar alternativas.
Es realmente nocivo que si no le apetece deje de ir un día a una actividad que me consta que le gusta? Tiene más peso mi necesidad de justificar que hace deporte que su necesidad de no querer hacerlo en un momento determinado?? Puede ser que ello sea la chispa que origine una negativa total y rotunda o quizás puede ser que simplemente hoy necesitara más atención que otros días. Más besos y más apoyo. Porque no todos los días son iguales. Quizás hoy se puso más nervioso de lo habitual con su examen de mates. Quizás el hecho de sacar "solo un 9" en el examen de lengua le hizo pensar que era un fracaso de nota. Quizás en el cole le dijeron algo que no le gustó. No lo sé. Hay cosas que no se pueden expresar pero que salen en forma de lagrimones en el momento más insospechado. Personalmente creo que deberíamos educar más ese sexto sentido y no quedarnos solo con la superficie. Con la negativa, con el enfado. La gran mayoría de las ocasiones los niños tienen buenas razones para hacer lo que hacen. El objetivo no es tomarnos el pelo, simplemente no saben llevar a las palabras lo que sienten en la barriga.
Leímos un cuento, jugamos y vimos una peli abrazaditos. Una lectura rápida podría ser que es un manipulador nato y que consiguió su objetivo. Prefiero pensar que enseñar a escuchar y a ponerse en lugar del otro es algo que se aprende con el ejemplo.